lunes, 1 de agosto de 2016

A 29 años del Mike Tyson-Tony Tucker

Tony Tucker habría sido un campeón del mundo con un reinado relativamente cómodo de no haberse cruzado en su carrera una obra maestra de la fuerza bruta y la potencia sin límites herrada para el boxeo, según la textual definición del escritor Sergio Guadalupe (Historias del cuadrilátero, p. 262 T&B Editores, 2011).

Con una marca de 35-0-0 (30 antes del límite), Tucker había batido por K.O. a James Buster Douglas tres meses antes y se antojaba un rival muy duro para Iron Mike…


Y así fue. Durante doce asaltos, ambos púgiles intercambiaron cuero, sudor y sangre. Frisando los dos metros, Tucker disparó repetidas veces su jab e intentó doblar con la derecha en rudos contragolpes, muchos de los cuales mellaron la anatomía de Tyson.

De acuerdo con las computadoras, Tyson lanzó un total de 412 trallazos de los que impactaría 216, es decir un 52%.
Por su parte, Tony Tucker conectó 174 de 452, esto es un 39%.


Aunque aquella pelea unificada el campeonato mundial de los pesos pesados (Tucker era el monarca de la IBF), la impresión generalizada fue la de asistir al choque de dos campeones “High Quality”. Desgraciadamente, solo uno podía bajar del ensogado ciñendo la corona y, en aquella ocasión, la caprichosa diosa de la gloria señaló al terror de Brooklyn.

Me lesioné la mano derecha en el segundo asalto y no pude apenas usarla, Mike Tyson no es invencible, quiero la revancha porque con las dos manos útiles puedo vencerlo, declararía al término del duelo Tony Tucker.



Nunca sabremos si Tucker habría podido doblegar a Iron Mike pero sus casi dos metros, demoledores puños y depurada técnica seguramente influyeron en los patrocinadores de Tyson a la hora de privarnos de aquella sugestiva revancha, si bien no ayudó la actitud de Tucker quien no volvería a cruzar las cuerdas hasta dos años y cuatro meses después.

Tras aquel rudo combate se abrió un trienio de grandeza para el gladiador neoyorquino que lanzaría a posición horizontal a seis cualificados aspirantes: Tyrrel Biggs, Larry Holmes, Tony Tubbs, Michael Spinks, Frank Bruno y Carl Williams.
Hoy,  muchos sentimos el cosquilleo agridulce de la nostalgia al recordar aquellas cada vez más lejanas madrugadas españolas, cuando esperábamos con café y ansia las peleas de Iron Mike para exclamar: ¡No es justo, aguantamos hasta las cuatro en vela y lo ha ventilado en un asalto!


Sí, han transcurrido casi treinta años, pero  muchos evocamos la fuerza huracanada del guerrero del Bronx, la rabia desatada, el penduleo de aquel cuello musculoso y esos puños como voraces meteoritos… sin duda, no será el último artículo que dediquemos a este púgil porque si algo queda claro es que la historia nunca minorará la grandeza de aquel peleador charolado.

Artículo de Gustavo Vidal

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miércoles, 6 de julio de 2016

8 de julio de 1889… John L. Sullivan cierra la era del boxeo a puño desnudo




Vachel Lindsay, literato y apasionado del boxeo escribiría:

Cuando yo tenía nueve años, en 1889.
Oí el sonido de una trompeta que anunciaba
Una batalla
Cerca de Nueva Orleáns,
Sobre una pradera de esmeralda.
John L sullivan,
El muchacho fuerte
De Boston,
Luchó setenta y cinco rounds con Jake Kilrain…
Y ahora
Del este al oeste, por toda la ciudad
Se oye un solo grito:
El puente de Londres se ha caído
y… John L. Sullivan ha puesto k.o. a Jake Kilrain

(The Golden Whales of California, de Vachel Lindsay, Cía MacMillan, 1920)

Aquel duelo cerró un capítulo de la historia del noble arte … el último campeonato de los pesos pesados bajo el Reglamento de Boxeo de Londres. Se extinguía así la era de los “bare-knuckle” (nudillos desnudos) para inaugurar la dimensión de los guantes de cuero.



El pugilato, en aquellos tiempos, no gozaba de apoyo legal, de manera que  la noche del 7 de julio de 1889, un tren especial partió de Nueva Orleáns con Sullivan, Kilrain, acompañantes y seguidores, hacia un lugar “desconocido”. Finalmente, el ferrocarril se detendría en Richburg, Mississipí.

Allí, en un claro de bosque, a unos cuatrocientos metros del centro, se alzaba un ring de madera cuidadosamente serrada y pulida. Bajo un sol tórrido, poco después del mediodía del 8 de julio, el tañido de la campana juntó a ambos luchadores en el centro de la lona.
Un numeroso grupo de seguidores se arracimaba alrededor del cuadrilátero. Algunos incluso habían escalado a la copa de los árboles para gozar de una visión más amplia.

Kilrain ganaría el primer asalto. Sullivan, encorajinado, gritó a su rival: “De manera que quieres pelea, ¿eh?, Bien, Jake, voy a dejarte más que satisfecho”. Durante la primera hora, el combate fue equilibrado, con alternativas rabiosas, pero Sullivan comenzó a imponer su ley a partir del asalto cuarenta y cinco.

Hábil y escurridizo, Jake Kilrain capearía  golpes rudos de su adversario, pero en el round setenta y cinco, tras dos horas y dieciséis minutos de hostilidades, el entrenador de Jake arrojó la toalla. “Los golpes de Sullivan a las costillas de Kilrain se escuchaban desde más de cien metros” (Fleischer, op, cit.).

John L. Sullivan, sin duda, habría de recordar en esos momentos el duro camino recorrido… su primer combate profesional, en una barcaza anclada en Hudson,  los feroces golpes de James Dalton o el duelo frente a “El gigante de Michigan”, Jack Burns.  ¡Y qué decir de su batalla frente a Joe Goss!... Este Sullivan tiene la fuerza de la coz de una mula en sus puños. No pensaba que nadie pudiera ponerme así. No me gusta en absoluto boxear con él. (Nat Fleischer, op. Cit,p. 109-110). Por no extendernos en su noche de gloria, la conquista del entorchado mundial de manos de Paddy Ryan.


Pero aquel combate ante Kilrain, como ya se apuntó, marcaría el antes y el después del boxeo. Los nudillos desnudos cederían ante los vendajes y los guantes de cuero y crin. Su protagonista, John L. Sullivan, John el grande, una alegoría de la fuerza de una Norteamérica emergente, un púgil inolvidable al que se consideró durante años, y con bastante razón, un “Hércules invencible, símbolo de la grandeza de los Estados Unidos”. En palabras de Nat Fleischer, “John L. Sullivan, una institución americana, como el pastel de fresas, los juegos artificiales del Cuatro de julio y el velocípedo”.

Sí, del este al oeste, por toda la ciudad, se oye un solo grito: El puente de Londres se ha caído y… John L. Sullivan ha puesto k.o. a Jake Kilrain.


Gustavo Vidal .·.

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sábado, 2 de julio de 2016

4 de julio de 1919… Jack Dempsey, el martillador de Manassa, se proclama campeón del mundo



Ninguno de los viejos aficionados que atestaban  el recinto recordaba a un campeón recibiendo un castigo tan brutal.

El aspirante, un joven salvaje de cuello de toro, mandíbula pétrea y puños de pedernal hacía crepitar la lona con unos movimientos huracanados, rabiosos, jamás contemplados hasta entonces en el universo del boxeo.

En realidad, demostraba ser algo más que un boxeador. Por primera vez desde los tiempos de John L Sullivan, los aficionados intuían encontrarse no solo ante un nuevo campeón, sino frente a la erupción  de un ídolo nacional…

Dempsey, Jack Dempey en los carteles de las veladas; William Harrison Dempsey en su partida bautismal, fechada un 24 de junio de 1895 en Manassa, Colorado.

Desde entonces, su vida había sido una furiosa pelea por la existencia.  Había recorrido Estados Unidos derribando adversarios. No pocas veces en locales polvorientos, sin apenas un centavo para pagar los gastos de sórdidas y desconchadas posadas.

El hasta entonces campeón, Jess Willard, paseaba su gigantesca corpulencia de un metro noventa y ocho con más de ciento veinte kilos encima… ¡Y hablamos de principios del siglo XX! Tras conquistar el título ante Jack Johnson, había menguado su pasión por el boxeo. Reclinado en sus laureles y en enormes sacos de dólares, después de una defensa no muy brillante frente a Moran, este cow boy gigante dejó pasar algunos años antes de exponer el título ante el vendaval de Manassa.

La batalla se celebró al aire libre, el cuatro de julio de 1919 en Toledo, Ohio. Al poco de sonar la campana, una granizada de golpes cayó sobre el campeón hasta el punto de ser derribado siete veces durante el primer asalto. Reinaba tal explosión de ensordecedores gritos que nadie, salvo el cronometrador Warren Barbour, futuro senador por New Jersey, se percató del sonido de la campana final del round. Mientras, el árbitro desgranaba la cuenta de diez y levantaba el brazo de Jack Dempsey.


Hubo ser Barbour quien condujera de nuevo al ring a un confundido Dempsey que ya se dirigía como campeón al vestuario.

Pero aquello no supuso más que la prolongación de la agonía de Jess Willard y también, justo es destacarlo, una heroica demostración de entereza.

De hecho, el ataque de Dempsey había sido tan intenso que en el tercer asalto presentaba alarmantes  signos de fatiga…  ¡El martillador de Manassa se había, literalmente, agotado de tanto golpear a su rival!

Entonces, con un coraje fuera de lo común, Willard atacó a Dempsey y aunque cueste creerlo el combate pareció dar un vuelco. Pero cuando el gong resonó, ambos púgiles debieron sentirlo como una música del cielo. El cow boy gigante se derrumbó sobre la silla. Estaba hecho pulpa y ni tan siquiera podía sostener la cabeza. Con una determinación rayana en lo sobrenatural, esperó que el minuto de tregua pudiera devolverle las fuerzas.


Sin embargo, segundos antes del tañido de la campana comprendió que resultaba absurdo.

--Ike, es imposible, no puedo seguir
--Okay, Jess

Y Ike O´Neil, entrenador de Willard, arrojó la toalla en mitad de la lona. Jack Dempsey se proclamaba nuevo campeón del mundo pero, mucho más importante, acababa de nacer una estrella, un luchador como no se había contemplado nunca antes, un mito… pero eso, si me lo permiten, es otra historia de la que hablaremos, y no poco, en otras ocasiones…

Gustavo Vidal .·.


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martes, 28 de junio de 2016

29 de junio de 1933...Primo Carnera noquea a Jack Sharkey



Aunque el noble arte, y muy especialmente la categoría del peso pesado, ha generado una peculiar amalgama de figuras, ninguna resulta más extraña que la del gigante italiano Primo Carnera.

Nacido en Sequols el 25 de octubre de 1907, pronto abandonaría el hogar paterno y probaría fortuna como forzudo en un circo.
Corría el año de 1928 cuando un veterano peso pesado francés, Paul Tournée, contempló atónito al joven Carnera cargando un piano sobre su espalda. La contextura y fuerza del joven encendieron en Tournée la idea de transformarlo en boxeador.

Pacífico, bonachón y crédulo, este coloso de dos metros cinco centímetros y ciento siete kilos adolecía del temperamento e instinto agresivo, argamasa imprescindible en la forja de un púgil.

No obstante lo anterior, Carnero desarrolló una agilidad sorprendente para sus proporciones, un aceptable juego de piernas y un demoledor estilo en la lucha cuerpo a cuerpo.
Así, en septiembre de ese mismo año, Carnera atravesaría el ensogado. Aunque verde, lento y torpe, su potencia colosal acabó doblegando a su adversario.

Tras una larga serie de triunfos, la mayoría por K.O., habría de enfrentarse finalmente al campeón del mundo, Jack Sharkey. Hill Muldoon, Presidente de la Comisión Atlética del Estado de Nueva York, declararía: Carnera no solo liquidará a Sharkey, sino que es demasiado fuerte y demasiado grande para los propios pesos pesados, en el futuro habrá que crear una supercategoría y permitir a Primo Carnera enfrentarse solamente con contrincantes que puedan acercarse a sus propias y gigantescas proporciones”.


Aunque la idea de Muldoon no cuajó, justo es reconocer su don profético, pues uno de los más candentes cuestiones hoy reside en la necesidad de una categoría de superpesados para púgiles como los Klitchko, Lewis, Fury, Valuev…

Finalmente, la noche del 29 de junio de 1933, Carnera y Sharkey congregaron más de cuarenta mil gargantas vociferantes en el Garden Bowl de Long Island City. Gran parte de la afición aún consideraba a Carnera como un mamut y un bufón. Sin duda el criterio cambió en el sexto asalto… un gancho de derecho a la carótida lanzó a Sharkey contra la lona. Cuando el árbitro acabó de desgranar la cuenta, el ya ex campeón continuaba inmóvil.


Aquella misma noche, multitud de partidarios de Sharkey protestaron. Afirmaban que Carnera tenía algo escondido en los guantes, pues no podían aceptar un K.O. tan rotundo. Y no les faltaba razón, Carnera llevaba algo en los guantes: dos puños demoledores.

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domingo, 26 de junio de 2016

A 102 años del Jack Jonson-Frank Moran

El  27 de junio de 1914, Jack Johnson defendía su título ante Frank Moran.

La pelea, en retazos desvaídos, puede disfrutarse en la red. Nunca podrá agradecerse bastante a quienes han conservado aquellas peleas añejas como el buen vino…
 https://www.youtube.com/watch?v=LSFnFS1snmk

Johnson, el altanero y desafiante dios de charol había nacido en Galveston, Texas, el 31 de marzo de 1878.  Afrontaba la pelea con un récord de 40-5-8 y la corona de campeón del mundo ceñida en sus sienes.
Por su parte, Moran aspiraba al cetro con una marca de 21-6-2 peleas.


Johnson que amaba el boxeo, pero todavía más la vida, nunca arriesgaba en el ring. Su metro ochenta y nueve y sus noventa y cuatro kilos se desplazaban armoniosos por la  lona cumpliendo la máxima del boxeo: pegar y que no te peguen.

Como bien señalaba Nat Fleischer,  El gigante de Galveston se contentaba, las más de las veces, con ganar por puntos y el público, en general, llegó a creer que carecía de poder en los puños…¡pero los adversarios no pensaban lo mismo! (Los colosos del boxeo, N. Fleischer, Edit. Hispano Europea, 1954, pág 184)

Las peleas con Moran, Spoul y Jim Johnson fueron disputadas en París. Jack Johnson se había exiliado voluntariamente de su tierra a causa de haber sido condenado a un año de cárcel por violar la “Mann Act”. El público francés, por tanto, pudo en base a esa carambola del destino, disfrutar del boxeo de una estrella. Cierto que el gran Johnson ya había emprendido la cuesta abajo, el inevitable declive de la juventud que se apaga, pero aun así los fogonazos de su calidad alumbran en el recuerdo y en cortas filmaciones de añoso celuloide.

Así,  Johnson golpearía  a Moran lo justo para ganar el combate. Veinte asaltos que, en palabras de Mike Tyson, desplegaban un estilo con el que yo no habría ganado un chavo, ¿por qué? Pues porque te podías quedar dormido viéndole pelear.

Y algo de razón le asiste al coriáceo Iron Mike,  pero quienes no se acercan al boxeo con el morbo del dolor y la sangre, quienes degustan el espectáculo de dos atletas compitiendo según unas reglas limpias y nobles, quienes aprecian el arte del paso lateral, el juego de piernas, el bascular del tronco y la carga armoniosa del peso corporal en el restallar de látigo de los buenos golpes, esos sí que podrán disfrutar del boxeo de Jack Jonson,  quien en palabras del maestro Nat Fleischer:

Después de dedicar muchos años al estudio de la historia de los pesos pesados, no vacilo ahora en considerar a Jack Johnson como uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos. Poseía insuperables cualidades y dominaba todos los resortes del ring. Fuerte  y alto, estaba dotado de  una perfecta coordinación en sus movimientos. En todas sus posiciones y golpes había alcanzado la más alta cima (Op. Cit, pág 191))

Potencia, armonía, coordinación, inteligencia e insolente superioridad. Así fue Jack Jonhson, el gigante de Galveston, un boxeador sencillamente inolvidable.


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jueves, 3 de diciembre de 2015

A 47 años del  Joe Frazier-Ringo Bonavena II



El pasado combate entre Wladimir Klitschko y Tyson Fury desplegó un estallido de mastodóntica masa muscular. Bajo los focos del Esprit Arena, dos dinosaurios que no desentonarían en un ring de Wrestling o en la estiba de un buque mercante, intercambiaron manos pesadas, empujones y solidez paquidérmica.
  
   Nada que reprochar, por supuesto. Nadie debe cuestionar los quilates de quien salta al cuadrilátero y se enfunda los guantes. Si, además, nos referimos a campeones del mundo de los pesos pesados, cualquier cuestionamiento resultaría ofensivo a la par que ridículo. Sin embargo…  ¿quién no habría deseado ver mejor a dos pesos pesados como  Joe Frazier u Oscar Ringo Bonavena la pasada noche?



   La pregunta no es baladí, pues en días como hoy, un diez de diciembre del cada vez más lejano año 1968, cruzaron sus guantes en el Spectrum de Philadelphia el norteamericano Smokin Joe Frazier y el argentino Oscar Ringo Bonavena…  Sí, imposible eludir el insidioso y punzante What if (qué habría ocurrido si…)… Particularmente, opino que ni W. Klitschko ni Tyson Fury hubieran acabado “vivos” ante Frazier o Bonavena

  Joe Frazier, el inolvidable Smokin (humeante) Joe Frazier, exacto apelativo pues su más precisa descripción es que salía echando humo. “Hablen sobre Joe Louis, sobre Alí, también sobre mí, pero  la verdad es que solo hay un Smokin Joe, el único e inigualable Joe Frazier”, declaró George Foreman (El Mundo, miércoles 9 de noviembre de 2011, p.38)

Por su parte, Oscar Ringo Bonavena había sentado a su rival dos veces en la lona en el choque librado en el Madison Square Garden de Nueva York un par de años antes.



   En esta segunda batalla ocurrió algo curioso pero, a la par, indicativo de la clase de colosos a los que nos referimos… el ritmo del combate fue creciendo a medida que se disputaban los diez asaltos. El púgil argentino, con el arco superciliar izquierdo abierto no dudó en enzarzarse en un cuerpo a cuerpo casi suicida, sin importarle el gancho de izquierdo homicida con el que Smokin solía rematar sus peleas. Por fortuna, las nuevas tecnologías nos brindan el privilegio de contemplar imágenes de aquella pelea. Busquen un sofá, su bebida favorita y, en la tranquilidad de una tarde o noche de fin de semana disfruten de esta pelea

Trágicamente,  el 22 de mayo de 1.976, en la tarde porteña plomiza lluviosa,  Una mano cobarde, emboscada en la lejanía de un rifle escondido, apretó el gatillo que acabaría con la vida de Oscar Bonavena

El disparo del  Winchester calibre 30-30 accionado por Willard Ross Brymer, matón a sueldo del hampón  Joe Conforte, propietario del prostíbulo Mustang Ranch de Reno, convirtió en materia inerte un corazón indomable. Cinco días después, más de 100.000 personas desafiaron el estado de sitio de la dictadura rindiendo tributo al boxeador, velado en el Luna Park. 

   Años más tarde, un triste día de noviembre de 2.011, el cáncer, ¡malditas células malignas!, acabó con la vida de Frazier.
 
   El periodista y escritor Juanma Rodríguez escribió en Quédate en el ring (p.37): “Mierda de cáncer. Me habría gustado ver un combate en igualdad de condiciones entre esas piojosas células malignas y el bueno de Joe. Otro gallo habría cantado… pero atacando todas juntas y por la espalda, a traición, pudieron con él”.

   Razón no le faltaba a Juanma Rodríguez… ¡y qué cruel calco de la vida, donde tantas veces los malos y mediocres se juntan para atacar a traición a los más nobles y valiosos, pues uno a uno y por separado aquellos no son nada!


   Hace tiempo que Frazier y Bonavena engrosaron el selecto panteón de la mitología pugilística. Tal vez en algún escarpado Olimpo, libre ya  de las prisiones del tiempo y el espacio, en alguna ignota dimensión extramaterial, las viejas almas de ambos sigan latiendo con furia ante el sonido del gong que antecede al fragor de la multitud. Bonavena, deseará anteponer su coraje a los modernos Klitsckovs o Tyson Fury.

 ¿Y Frazier?, ¡Oh, Smokin, Joe! … tal vez si una noche clara miramos las entrañas de las constelaciones podamos distinguir el gancho de izquierda de tu silueta charolada…

¡Gloria homérica a Ringo y Smokin!

Gustavo Vidal
  


miércoles, 2 de diciembre de 2015



Muhammad Alí(Cassius Clay)contra Joe Louis…¿quién habría ganado?


Los veteranos especialistas en pugilismo suelen citar una triada legendaria: Sugar Ray Robinson, Joe Louis y Muhammad Alí.

   No obstante, gran parte de esa cátedra boxística la componen periodistas y críticos anglosajones, especialmente norteamericanos, por lo que los aficionados solemos echar en falta a luchadores europeos y latinos como Carlos escopeta Monzón, El intocable Nicolino Locche o Lennox Lewis, por citar otro trinomio de oro.
  
   De cualquier modo, y sin la menor intención de entablar  polémica, tanto Muhammad Alí como Joe Louis figurarán por su exclusivo mérito en cualquier ranking de los mejores boxeadores de todos los tiempos libra a libra.

   En los años 60 y 70, la crítica solía decantarse por una victoria de Joe Louis en un imaginario combate con El más grande. Alegaban que el de Detroit no solo atesoraba una pegada demoledora, eléctrica, sino que era asombrosamente frío y preciso. Sin embargo, con el transcurrir de los años, la figura de Alí se ha ido agigantando hasta adquirir caracteres “cuasidivinos” de manera que la mayoría de los aficionados apostarían hoy por el entrañable púgil de Louisville. Desde luego, los argumentos a favor de uno u otro púgil resultan sólidos y nada desdeñables.

   Dado que, por evidentes motivos, nunca pelearon con rivales comunes, tal vez lo mejor sea centrarnos en un estudio exhaustivo de los argumentos y hazañas pugilísticas de ambos.

Como ya dije, el devenir de los años ha divinizado al púgil de Louisville. Y no sin razón. Nunca un peso pesado exhibió un juego de piernas similar. Elástico y ágil como una pantera, los buenos aficionados seguimos añorando su jab supersónico, la nada desdeñable contra de derecha, sus cómicos desplantes y ese labio desatado que le otorgó otro justo apodo: El loco de Louisville. Su negativa a ser alistado para el Vietnam y las consecuencias que le acarrearon han agrandado aún más el fervor hacia este inolvidable e irrepetible boxeador.


Argumentos a favor de la victoria de Muhammad Alí

   Suele aducirse que Louis jamás se enfrentó con alguien tan fuerte y pesado como Alí.
   Sin embargo, convendría recordar que Louis se las vio con auténticos mastodontes. Pensemos Buddy Baer, Abe Simon o en el mismísimo Primo Carnera, quien en palabras de los expertos boxísticos “habría matado a Vitaly Klitchko”.

    Sí, ciertamente, Alí era más alto y pesado que Louis pero las diferencias son prácticamente irrelevantes. Recordemos: 1,88 m con 90 Kgpor el bombardero y 1,90 con 90-95 kg por Alí.

  Segundo argumento: Alí poseía una mayor velocidad, especialmente en las piernas.  Este argumento es totalmente veraz pero sería aplicable contra cualquier otro púgil, pues casi nadie, en el peso pesado, ha podido igualar las piernas de Alí.

   Tercer argumento: La barbilla de Alí ha sido una de las más graníticas de la historia.

   Cuarto argumento: Alí era capaz de improvisar estrategias a lo largo de la pelea, Louis siempre desplegó un estilo robótico.

   Algunos remachan la anterior argumentación con “Joe Louis jamás se enfrentó con un rival como Alí”. Y sin duda esto último es cierto, pero también puede argüirse que Alí nunca cruzó el cuero con alguien como Joe Louis, esto es, un boxeador que aunara la más pura esencia del boxeo clásico con una pegada perforadora. Tal vez, si buscamos y rebuscamos, encontremos una cierta semejanza en Ken Norton. Pero éste, aunque muy bien dotado muscularmente,  distaba, en calidad, años luz del bombardero.


Una trilogía digna de estudio y recuerdo

  En esta línea, justo es recordar la olvidada trilogía protagonizada por Ken Norton y Muhammad Alí. Siendo justos, debemos añadir que el Alí enfrentado a Norton ya no era el prime aunque seguía siendo un espléndido luchador.

  Aquella trilogía, como bien saben los buenos aficionados al noble arte, escenificó una gloriosa epopeya de tres actos. En el primero Mandingo Norton propinaría a El más grande una severa paliza tras la cual le “manufacturó” al hospital más próximo al objeto de reconstruir la mandíbula fracturada. Pese a ello, grande entre los grandes, Alí saldría endurecido de aquel episodio. De hecho, después del primer combate, derrotaría por K.O. nada menos que a George Big Foreman, recuperaría el título de campeón del mundo de los pesos pesados y lo revalidaría casi una docena de veces.

  Tras un desquite, ganado apurada y dudosamente a los puntos por Alí, ambos luchadores volvieron a cruzar los guantes en 1.976. Los dos se encontraban ya lejos de sus mejores días. Tras quince asaltos, un Alí desangelado hubo de soportar un estruendoso abucheo mientras el árbitro levantaba su guante. Tal vez lo más justo habría sido un nulo.

   En este sentido, Eddie Futch, entrenador de Ken Norton, aseguraría: “El jab de mi pupilo fue el motivo por el cual Alí sufrió tantas dificultades en sus peleas con Norton”. No le faltaba razón, al bueno de Eddie Futch, toda vez que el de Louisville solía basar sus victorias no tanto en la técnica, sino en unas condiciones físicas prodigiosas, tal vez únicas, a la sazón, los reflejos, rapidez y capacidad de encajar.

   Esa confianza extrema (por otra parte comprensible en alguien con un físico tan dotado) le pasaría factura en otros combates. Recordemos su pelea ante Doug Jones, un púgil de boxeo clásico que desarrolló gran parte de su carrera en los semipesados. Y aunque finalmente Alí se alzaría con una ajustada victoria en las cartulinas, a punto estuvo de ir a la lona en el primer asalto merced a un golpe en frío. Tras ello, Jones, con un jab certero e insidioso, arrastró a Alí no solo al sufrimiento, sino a admitir, años más tarde, que “aquel fue uno de los combates más duros de mi vida”… Pues bien, Doug Jones jamás fue campeón del mundo. Ni tan siquiera en la división de los semipesados.

  Incluso quienes nos confesemos “devotos” admiradores de El más grande, contemplemos aquel combate e  imaginemos a un Doug Jones con la pegada de Joe Louis. Extraigamos conclusiones.

   Como bien sabemos, los estilos hacen las peleas. El fenómeno de Louisville fue capaz de aniquilar a matones graníticos y lentos como Sonny Liston, Ernie Terrell, Ringo Bonavena, Cleveland Williams, George Chuvalo o incluso el Foreman de la primera etapa, hombres que helarían la sangre de cualquiera que se cruzara con ellos en una calle oscura, masas de músculos que dejarían lívido al peor de los asesinos con solo mirarle de reojo.  Pero boxeadores menos fuertes, rápidos y dotados de una buena izquierda, le ocasionaron graves problemas…


Londres, Wembley Stadium, 18-6-1963

   Así, en su pináculo, poco antes de demoler a Sonny Liston, Alí, todavía llamado Cassius Clay, habría de enfrentarse al británico Henry Cooper. Aquel frutero londinense, a la postre nombrado Sir por su graciosa Majestad, fue un púgil digno, serio y honrado. Campeón de Europa, a la par que protagonista de electrizantes peleas, siempre dejó marchamo de  calidad, pero en modo alguno pudo jamás codearse con las vacas sagradas—y negras—de los grandes pesos.

  Pues bien, la noche del combate, la campana salvó a Alí del K.O. Tal vez por el explicable exceso de confianza en sus asombrosas facultades, tal vez por aviso del destino, Muhammad  a buen seguro habría de recordar que si bien su barbilla era de piedra, esta materia  puede pulverizarse si el impacto es lo suficiente preciso y contundente. Y a fe que el gancho de izquierda de Cooper atesoraba precisión y potencia suficiente. La imagen del Loco de Louisville en la lona, rebotado de las cuerdas como un muñeco y, acto seguido, caminando en zombi  trastabille hacia su rincón despeja cualquier duda.

  Por fortuna, las nuevas tecnologías nos permiten gozar una y otra vez de este combate. Observemos así cómo el joven Clay recibe unas cariñosas palmadas de ánimo en las piernas en los primeros segundos del minuto de descanso y, ante esto, se levanta creyendo que ha transcurrido el minuto. Podemos, pues, suponer su confusión mental, el aturdimiento que le embargada… a la par que su inquebrantable espíritu de lucha. Resta añadir cómo el legendario Angelo Dundee se vio obligado a recurrir al truco de rajar el guante para alargar el minuto de descanso, pues ni las sales aplicadas a su pupilo conseguían sacarle de la habitación del sueño, precisa alegoría con la que el gran Alí describía la sensación de estar mitad dormido-mitad despierto tras un fuerte golpe en el mentón… 

Billy Conn o cómo sobrevivir a Joe Louis

 Algunos pueden alegar, tampoco exentos de razón, que si Alí padeció problemas ante púgiles como Doug Jones o Henry Cooper, Joe Louis no firmó su mejor noche ante un semipesado como Billy Conn. Bien, esto es cierto, pero solo en parte. En aquellos tiempos, los púgiles solían encerrarse entre las doce cuerdas sin conocer apenas el estilo de su rival. Obviamente, las nuevas tecnologías eran ciencia-ficción y las filmaciones muy escasas y fragmentadas. La información la proporcionaban “espías” que se desplazaban al cuartel general del oponente y regresaban con “altos secretos” del rival sobre el fuelle, juego de piernas, pegada, guardia, etc. No pocas veces aquellos quintacolumnistas eran boxeadores de cuarta fila que malvivían como sparrings y se limitaban a decir lo que la otra parte quería oír.  Y eso cuando la necesidad no les impulsaba a actuar como agentes dobles. Es dudoso que Louis hubiera visto boxear a Billy Conn antes de enfrentarse a él la primera vez. Y en el supuesto de haberlo contemplado, la posibilidad de estudiar su estilo detenida y pormenorizadamente, así como pergeñar una estrategia se antojaba francamente difícil.

  En aquel primer choque, Billy Conn (uno de los mejores semipesados de la historia, por cierto) pudo sorprender con buenas combinaciones a Louis e incluso retrasar el K.O., merced a su exquisita técnica y a un continuo desplazamiento y retroceso fruto de una preparación a todas luces concienzuda.

   Pero cualquier púgil que planteara problemas al bombardero en el primer combate era inmisericordemente aniquilado en la revancha. El récord de Louis en segundos combates arroja un  10-0  a su favor. Billy Conn, desde luego, no constituyó excepción y fue aplastado en la revancha. Una vez que el bombardero conocía a su rival y había analizado sus puntos débiles, se lanzaba a una implacable, fría e inexorable destrucción. “No me importa si mi rival huye—afirmaba siempre el bombardero—porque, al final, ninguno se puede esconder.”.

  Por ello, cualquier aficionado que contemple aquellos viejos combates comprobará que nadie podía sobrevivir a un continuo intercambio de golpes con el prime Joe Louis. Si repasamos aquellas legendarias filmaciones y aceleramos la velocidad, inevitablemente se grabará en nuestras retinas la imagen de un luchador, Louis,  equilibrio inalterable, guardia clásica, en constante persecución de otro, el rival, que elude el bombardeo mediante pasos laterales o marcha atrás y se desarbola hacia el destino que siguió a la mayoría: la lona y la cuenta de diez… ¡hagan la prueba!

No en vano, en un arranque de entusiasmo, sinceridad y admiración, exclamaría Mike Tyson: “Algunos decían que los rivales de Joe Louis eran malos… ¡no saben lo que decían! No es que fueran malos, es que a su lado cualquiera lo parecía. Incluso púgiles tan grandes como Joe Frazier o Muhammad Alí habrían sido tomados por malos boxeadores si se hubieran enfrentado con Louis”.

   Enfrentarse, pues, al bombardero suponía una garantía de apalizamiento, incluso para los escasos púgiles que, tras una constante huida, consiguieron acabar en pie el combate. Pocos, en verdad, tan solo 10 a lo largo de sus 61 combates previos al triste “come-back”.
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 “Cuando me enfrenté a Joe Louis quedé paralizado, bloqueado. Solo acertaba a defenderme y huir hasta que me sentí rodando por la lona”, confesaría el veterano excampeón mundial de los semipesados King Levinsky en el documental “Muhammad Alí, la leyenda”. Desde luego, nadie podría afirmar que Levinsky era un paquete, pero quien solo le hubiera contemplado en ese combate habría concluido que lo fue. Bastaría con ver su imagen huidiza y aterrada ante Joe Louis. En realidad, si exceptuamos el absurdo tropiezo ante Schmeling, cualquier rival pareció flojo frente al prime Louis.

   Y sobre esta pelea, convendría practicar un breve pero interesante inciso….

La altiva sombra del coloured Jonhson

 Muchos se han preguntado cómo Louis, aunque aún no era campeón del mundo, pudo perder su primer combate ante Max Schmeling, excelente pegador alemán pero a distancia sideral en clase, técnica y potencia respecto del bombardero.

  Algo hemos explicado de manera indirecta hace unos párrafos, cuando referíamos la antigua dificultad para conocer y estudiar el estilo de cada rival. Y es que sobre aquella pelea  gravitó la sobra charolada de otro campeón de leyenda: Jack Johnson, el gigante de Galveston.
  Johnson aún conservaba su aureola mítica. Primer campeón de raza negra, polémico y acaparador de portadas y escándalos en la racista Norteamérica de inicios del siglo XX, paseaba por calles, plazas y salones su mágica y superlativa arrogancia.

 El luchador de Galveston había acudido al cuartel general de Joe Louis antes de la primera pelea con Schmeling.  Pensaba el gigantón, con acertado criterio, que sus conocimientos podrían ayudar a Louis. Especialmente en el aspecto defensivo donde Jackson había demostrado ser un maestro consagrado.

  Pero ni Louis ni sus segundos estuvieron dispuestos a escuchar consejos y, además, despacharon a Jack Johnson con gran despliegue de grosería y desprecio. Todos los testigos aseguraron que el antiguo campeón, herido en su orgullo, abandonó el campo de entrenamiento tras un desagradable altercado de voces, reproches e insultos. Tras el retumbar del portazo y el subsiguiente silencio, pocos pudieron suponer que Jack Johnson, maestro de maestros en el arte de la defensa, había descubierto un fallo en la guardia de Joe Louis y, rabiosamente despechado, se dirigía con la impagable información al cuartel general de Max Schmeling.

--“Me gustaría hablar con vosotros… es sobre Joe Louis”.
--Umm… bien, bien, pasa, campeón…

Como certeramente aseguró Mike Tyson: “…si yo hubiera adoptado el estilo de Jack Johnson no habría ganado ni un centavo porque su estilo podía hacer que te quedaras dormido viendo uno de sus combates, todo lo basaba en la defensa, arte en el que, eso sí, fue un maestro sin igual…”.

   Hoy, sabemos que Johnson había detectado que Joe Louis bajaba en exceso la mano izquierda, sobre todo al proyectar la derecha. Durante varias semanas, Schmeling ensayó y planeó su estrategia con un Jack Johnson que reprodujo milimétricamente el error en largas sesiones de entrenamiento.

  Cuando Louis y Schmeling se encerraron por primera vez en el ensogado, el alemán no tuvo más que aguardar la derecha de Louis para proyectar la suya sobre la punta del desprotegido mentón del bombardero. Nunca podrá comprobarse si la derecha de Schmeling era la más potente de su tiempo, como, dicen, aseguró Nat Fleischer, pero pocos pueden ignorar los efectos de una poderosa derecha de contra sobre cualquier mandíbula. Ya en la revancha, con la lección aprendida, Louis pulverizó a Schmeling en el primer asalto.

--¿Cuánto piensas que va a durar el combate?-preguntó Louis a su entrenador mientras, en el vestuario, apuraba los minutos previos al desquite.

--Creo que unos cuatro, campeón, contestó mostrando la palma con el pulgar plegado.

Louis, sonrió, negó con la cabeza y levantó el dedo índice de la mano derecha… ¡uno, solo uno!


“Un día te arrancarán la cabeza de cuajo”

En su autobiografía “El más grande”, Alí cuenta cómo los antiguos entrenadores solían recriminarle: “un día te arrancarán la cabeza de cuajo”.

  Merced a una elasticidad asombrosa y unos reflejos felinos, el loco de Louisville eludía los golpes, especialmente los jabs, inclinándose hacia atrás. Los viejos púgiles calificaban de suicida esta técnica. No les faltaba razón. Con el arte de la finta, esta clase de movimientos puede acarrear un contragolpe brutal. Por suerte para el gladiador de Louisville, el boxeo de finta había sido olvidado desde la II GuerraMundial.

    En este sentido, conviene recordar las palabras del crítico boxístico Caswell Adams (New York Herald Tribune de 31 de marzo de 1935): “Joe Louis puede perforar  a cualquiera con uno de sus descomunales golpes… puede fintar a cualquiera de sus rivales fuera de distancia”.
  Ciertamente, el mentón de Muhammad ha sido uno de los más graníticos de la historia, pero nadie es invulnerable y ningún púgil puede resistir impávido un impacto seco, potente y preciso en la pera.

  Así, Henry Cooper estuvo a punto de noquearle, como vimos. Joe Frazier lo enviaría a la lona en el decimoquinto round en el primer combate de su épica trilogía. Sin olvidar que en el asalto decimoprimero también lo arrastró al borde del fuera de combate.

   Y volviendo al combate imaginario entre Louis y Alí,  sí, el más grande gozaba de un mentón pétreo pero los puños de algunos de sus rivales eran de hierro. Y tal fue el caso de Joe Louis. El loco de Louisville podría derrotar al bombardero, obviamente. De hecho, en toda la historia del boxeo, es de los pocos púgiles que podría haberlo conseguido. Pero siempre que pudiera mantenerse alejado durante los quince asaltos. Nadie podría sobrevivir a un combate en media o corta distancia con Louis. Nadie.

  Como ya sabemos, Alí podía dominar a dinosaurios como Liston, Foreman, Terrell, Chuvalo, Bonavena, etc, pero caía en problemas ante rivales dotados de una izquierda rápida y contundente. (Murray Goodman, Escena de boxeo, Primavera de 1995) escribiría: “Joe Louis poseía jab de izquierda capaz de noquear”. Por su parte, Angelo Dundee, señalaba: “Un jab de izquierda, como sabemos, se utiliza para mantener alejado al rival. Pero es un golpe de boxeo, hace daño, puede abrirte una ceja, puede partirte la nariz” (Muhammad Alí, The Legend). Nada que objetar a las enseñanzas del maestro Dundee, si bien conviene volver a matizar: el jab de Louis podía, además, noquear.

   En igual sentido, Mike Silver, historiador de boxeo, escribió: “Joe Louis podía noquearte con cualquier golpe, pero el más llamativo era su jab. Lo usaba como un ariete y su potencia podía igualar a la de muchos directos de derecha de otros pesos pesados” (Ring Almanaque, original en inglés, 1998, p. 122).

  Sobre este hipotético combate, el escritor y a la vez notable cronista pugilístico, Ted Carroll, escribiría en The Ring (junio de 1966): “Joe Louis poseía una de las derechas más rápidas de la historia del boxeo. Esto compensaba su aparente lentitud de piernas. La técnica defensiva de Alí se fundamentaba, en gran medida, en inclinarse hacia atrás alejándose así del alcance del rival. Pero esto hubiera sido  muy peligroso con una derecha tan potente y precisa como la de Louis. Es posible que Alí pudiera derrotar a Louis tras quince asaltos. Pero también es difícil pensar que los golpes demoledores de Louis no le alcanzaran durante los quince round. Y si esto ocurriera sería el final del combate para Muhammad Alí.”.


En la “habitación del medio sueño”

En “El más grande” (p. 406-409, edición en inglés), Alí admite encontrarse tocado tras recibir un golpe de George Foreman. La descripción de sus sentimientos se plasma con la expresión de “la habitación del medio sueño”, que el genial Alí describe magistralmente como un lugar donde no sabes si estás despierto y sueñas que estás dormido o estás dormido y piensas que estás despierto…

   Probablemente, George big Foreman haya sido el campeón más pegador de la historia y su mano debía ser lo más parecido a pelota de plomo aterrizándote en la cabeza. Pero la pegada de Joe Louis no radicaba tanto en la pesadez de la mano como en un impacto explosivo, seco, eléctrico, en la línea del joven Mike Tyson. La pegada de Foreman era diferente. El texano aplastaba con sus golpes. La impresión, tras ver a sus rivales en la lona, era que les había caído encima una pared, y así refiere el mismo Alí que Joe Frazier parecía un hombre al que se le hubiera caído encima un muro tras el combate con Foreman. Sin embargo los rivales de Louis o Tyson sufrían otra forma de K.O… quedaban electrocutados, perforados.

   Además, al contrario que  Foreman o Ernie Shavers, Joe Louis era un rematador. Nadie, una vez tocado, pudo evitar el K.O. ante Joe Louis.

  A lo anterior debemos añadir que, a diferencia de los anteriores puncheur, Louis podía sostener el ritmo y “pressing” durante la totalidad de los rounds. Foreman, caudillo del ring durante los primeros asaltos, sintió la pérdida del fuelle y contracción muscular en La Batalla de Kinshasa 30-10-1974) tras golpear a Alí durante los primeros rounds. Como sabemos, El loco de Louisville basó su estrategia en resistir en las cuerdas las arremetidas de Foreman hasta conducirle al agotamiento.

  Esta estrategia de “rope-a-dope” solo la pueden desplegar los grandes monstruos del cuadrilátero, evidentemente, pero habría resultado suicida ante un Mike Tyson o un Joe Louis, púgiles capaces de golpear más veces y sin tregua durante toda la pelea y, no menos importante, aptos para dirigir gran parte de los impactos a las zonas blandas.


El ejemplo de The Thriller in Manila

   De hecho, en The Thriller in Manila, tercera pelea contra Joe Frazier, la estrategia del “rope-a-dope” arrastró a Ali a sentir “la experiencia más cercana a la muerte”. Encomiable sinceridad del Más grande, desde luego.

  En aquella pelea, tal vez la más salvaje en la historia de un campeonato del peso pesado, Joe Frazier centró su estrategia en castigar las zonas blandas del campeón. Aunque ya no se enfrentaba al mejor Frazier, en el descanso entre los asaltos 14 y 15 Alí clamó a Dundee para que detuviera la pelea. Sentía, literalmente, que la vida se le escapaba.
  Por la otra parte, en la esquina azul ,Eddie Futch, contra el criterio de Smokin Joe, detuvo la pelea. “Nunca nadie olvidará lo que hoy hiciste aquí, Joe”, consoló a su pupilo.

   Pero el desconsuelo del inolvidable Smokin Joe Frazier siempre será comprensible, pues Alí se derrumbó a los pocos segundos, nada más levantarse de la banqueta. Totalmente roto, ya no hubiera estado en condiciones de seguir la pelea. Solo la obstinación de Angelo Dundee y el exceso de prudencia de Eddie Futch revertieron la derrota de un Alí destrozado a base de sistemáticos golpes en el tórax, costillas y región abdominal.

 Cualquiera podría entender la prudencia de Eddie Futch, toda vez que había visto morir en el ring a más de un púgil y, no menos importante, estaba al corriente de un secreto: Frazier no veía por el ojo izquierdo. Esta deficiencia permitió al gran Muhammad descargar muchas derechas que, en condiciones normales, Frazier habría esquivado.
  Años más tarde, un periodista preguntaría a Smokin Joe sobre aquel problema de visión.

--Lo arrastro desde el principio de mi carrera profesional, pero solo estábamos al tanto Eddie y yo.
--¿Y cómo pudo disputar y ganar todos los combates desde entonces?
--Bueno… duraron muy poco.

¡Smokin Joe Frazier, genio y figura!


¿Qué estrategia habría planteado Joe Louis frente a Muhammad Ali?

Sin duda, la mejor respuesta emana de labios del propio bombardero: “Presionaría golpeándole en el cuerpo, especialmente, en las costillas. Antes o después, bajará las manos y entonces…”. (The Ring, 1967).

   En realidad, esta hoja de ruta fue seguida al milímetro por Joe Frazier en 1.971. En el asalto once, las piernas de Alí se aflojaron tras recibir en el abdomen un gancho de izquierda con el sello Smokin Frazier, evitando las cuerdas una caída. En el último, como sabemos, otro gancho, esta vez en la cara, envió a Alí a la lona y despejó cualquier duda sobre la victoria de Joe Frazier.

  Por su parte, Eddie Futch entrenó a su otro discípulo, Ken Norton, en la estrategia que hubiera trazado Joe Louis:
“Se trataría de usar el jab como ariete tras bloquear el suyo el suyo y golpear abajo en lugar de centrar los golpes a la cabeza, que Alí podía parar con facilidad”.

  En realidad, reproducía el estilo de un púgil clásico que bloqueara los jabs de Alí con su mano derecha alta y, acto seguido, contragolpeara. Cualquier visionado de las antiguas peleas de Joe Louis evidencia que ejecutaba a la perfección esta técnica, especialmente con un rapidísimo swing de izquierda.

   Cuestión aparte merece el achique de espacios (referir el achique de espacios de Foreman que alertó a Alí, p.404 de El más grande, versión original en inglés).
En este sentido, Futch planteó lo mismo, conseguir que por cada dos pasos de Norton, Ali tuviera que dar seis o bien, comenzando a jabear en el centro del ring y con solo tres pasos llevar a Ali a las cuerdas. Entonces, Futch ordenó a Norton que, una vez en las cuerdas, no lanzara sus mazazos a la cabeza. El Loco de Louisville era un gran encajador y proteger la cabeza es más sencillo que el abdomen, de modo que las instrucciones eran precisas: golpear el cuerpo con las dos manos. Y de este modo, Norton, con un jab, velocidad y pegada muy inferior a Joe Louis dio el infierno a Alí en las tres peleas.

 Así, Jack Blackburn, entrenador del bombardero, había concebido un plan según el cual su pupilo podría derrotar a Muhammad. Era muy similar a los que trazó Eddie Futch. En principio, se centraba en que Ali no detenía los jab con la derecha, como mandarían los “cánones” mientras que Louis pararía siempre este golpe con la suya. A continuación, con el mentón protegido bajo su hombro, contragolpearía a Ali.

  A lo anterior debía unirse una constante presión, tal como desarrollara Joe Frazier. Louis debería achicar y, una vez Alí en las cuerdas, trabajarlo con golpes al cuerpo.
Antes o después Muhammad bajaría las manos. En ese momento, es cuando Blackburn aconsejaba sacar con dureza el gancho de izquierda o el directo de derecha.

  Goodman, quien ya había advertido que Joe Louis era un maestro en achicar el ring no dudaba en añadir: “El golpe de Louis es como un punzón, tan mortal como una cobra”. Probablemente, este experto boxístico  no había sentido en sus carnes los puños del bombardero, pero no es el caso de Cinderella man, el querido James J. Braddock quien, preguntado por la pegada de Louis aseguró: “En realidad, no sientes un golpe, sino como si alguien te clavara con una palanca” (75 años The Ring, Vol.3, Nº1, 1997).

  Realmente, el tipo de pegada de Louis no beneficiaba a Ali. Sus golpes diferían de la pesadez de Foreman, Ron Lyle o Ernie Shavers. Era una pegada explosiva, rápida, eléctrica, en la línea, como dijimos, de Mike Tyson pero infinitamente más técnico, frío y preciso que el neoyorkino. Por otra parte, Louis atesoraba un arma demoledora y era su capacidad para golpear en series, a veces repitiendo hasta tres veces el mismo mazazo, como aquel gancho de izquierda triple que tumbó a Max Baer, una auténtica bestia que había apalizado a Primo Carmera. Si Frazier fue capaz de demoler rivales con un gancho de izquierda, podemos suponer el efecto de tres ganchos de Louis consecutivos y de mayor potencial. No en vano, Eddie Futch, entrenador cuyos pupilos consiguieron vencer a Alí, jamás dudó de una victoria del bombardero sobre el prodigio de Louisville.


Repasando los argumentos sobre la victoria de Muhammad Ali

Sin duda Alí ha sido el peso pesado más rápido de piernas de la historia, pero Joe Louis era casi tan rápido con las manos.
   La técnica de Joe Louis, mucho más depurada, podría anular el jab de Alí y contragolpear. Si Norton pudo achicar el ring y conducirlo a las cuerdas, nadie puede ni tan siquiera dudar que Louis practicaría la misma técnica. Con una diferencia, los puños del bombardero eran notablemente más potentes y precisos que los de Norton o incluso Joe Frazier.

Alí gozaba de una mandíbula rocosa, pero no era invulnerable. Sonny Banks, púgil de escasa entidad, le sentó con una contra de izquierda. Cooper y Frazier le arrastraron al borde del K.O. y Foreman lo empujó a la “habitación del medio sueño”. Ninguno de los anteriores desplegaba la velocidad de manos o combinaciones de Louis y, ni de lejos, podían acercarse a su capacidad para rematar al adversario tocado.
  Por otra parte, no cabe duda, hombres como Ernie Shavers, Sonny Liston o George Foreman eran terribles pegadores pero, a diferencia de Joe Louis, incapaces de mantener un tempus sostenido y rápido durante quince asaltos.

Llegado a su retirada a los 36 años (olvidemos el deprimente comeback ante Larry Holmes o, peor aún, frente a Trevor Berbick), el palmarés de Alí era de 56-3 con 37 K.O.
Louis, retirado a los 35 (olvidemos también su triste comeback, especialmente ante el joven Marciano) era de 60-1 con 51 K.O.

   El récord, aunque no ilustra mucha, es favorable a Joe Louis. Algunos podrían alegar que la primera pelea del bombardero con Walcott se saldó con una injusta victoria a los puntos de aquél. Esto es cierto, pero también podría argüirse las victorias, más que dudosas, de Alí ante Ernie Shavers o Jimmy Young donde un nulo habría sido hasta benévolo para el de Louisville. Por no reiterar su tercer combate con Ken Norton o la victoria, decidida en las esquinas, ante Joe Frazier en Manila.

  Es cierto que los 70 fueron la edad de oro del peso pesado (Ali, Frazier, Foreman, Norton, Ellis, Holmes, Terrell, Lyle, Bonavena…) y el de Louisville demostró ser el mejor entre todos. Pero Louis se coronó, por su parte, como el absoluto rey de la división durante los doce años de reinado con un récord impoluto de veinticinco victorias, veintidós de ellas por K.O. y ante rivales que, en algunos casos, no solo nunca habían sido noqueados, sino que ni tan siquiera habían caído a la lona, como el español Paulino Uzcudun o Arturo Godoy. Luchadores como Max Baer, Schmeling o Jersey J. Walcott fueron púgiles mucho más completos y peligrosos que cualquier rival de Alí anterior a Sonny Liston. Lamentablemente, no contamos con rivales comunes, algo que nos hubiera sido muy útil para este estudio.


Conclusión

El debate sobre quien ganaría este fascinante e hipotético combate de leyenda sigue y seguirá abierto. La calidad de ambos púgiles difícilmente permite una respuesta rotunda que, en la mayoría de los casos, se fundamenta más en las simpatías que en el estudio y visionado minucioso de sus peleas.

  Mi opinión es que Alí podría, sin duda, haber ganado a Joe Louis (¡Muhammad Alí podría haber ganado a cualquier boxeador nacido y por nacer!) en algún combate de una mágica trilogía. Pero, justo es reconocer que Louis (y tal vez el primer Mike Tyson) es el único púgil que podría haber noqueado rotundamente a Alí. El bombardero atesoraba la velocidad de manos, resistencia, técnica, frialdad y pegada perforadora suficiente, todo lo cual unido a la técnica aquí descrita podría haber decantado la lucha a su parte.

  No obstante, si la teoría de los universos paralelos es cierta… ¡por favor que alguien se asome por allí y nos transmita la pelea!
   
Gustavo Vidal