miércoles, 6 de julio de 2016

8 de julio de 1889… John L. Sullivan cierra la era del boxeo a puño desnudo




Vachel Lindsay, literato y apasionado del boxeo escribiría:

Cuando yo tenía nueve años, en 1889.
Oí el sonido de una trompeta que anunciaba
Una batalla
Cerca de Nueva Orleáns,
Sobre una pradera de esmeralda.
John L sullivan,
El muchacho fuerte
De Boston,
Luchó setenta y cinco rounds con Jake Kilrain…
Y ahora
Del este al oeste, por toda la ciudad
Se oye un solo grito:
El puente de Londres se ha caído
y… John L. Sullivan ha puesto k.o. a Jake Kilrain

(The Golden Whales of California, de Vachel Lindsay, Cía MacMillan, 1920)

Aquel duelo cerró un capítulo de la historia del noble arte … el último campeonato de los pesos pesados bajo el Reglamento de Boxeo de Londres. Se extinguía así la era de los “bare-knuckle” (nudillos desnudos) para inaugurar la dimensión de los guantes de cuero.



El pugilato, en aquellos tiempos, no gozaba de apoyo legal, de manera que  la noche del 7 de julio de 1889, un tren especial partió de Nueva Orleáns con Sullivan, Kilrain, acompañantes y seguidores, hacia un lugar “desconocido”. Finalmente, el ferrocarril se detendría en Richburg, Mississipí.

Allí, en un claro de bosque, a unos cuatrocientos metros del centro, se alzaba un ring de madera cuidadosamente serrada y pulida. Bajo un sol tórrido, poco después del mediodía del 8 de julio, el tañido de la campana juntó a ambos luchadores en el centro de la lona.
Un numeroso grupo de seguidores se arracimaba alrededor del cuadrilátero. Algunos incluso habían escalado a la copa de los árboles para gozar de una visión más amplia.

Kilrain ganaría el primer asalto. Sullivan, encorajinado, gritó a su rival: “De manera que quieres pelea, ¿eh?, Bien, Jake, voy a dejarte más que satisfecho”. Durante la primera hora, el combate fue equilibrado, con alternativas rabiosas, pero Sullivan comenzó a imponer su ley a partir del asalto cuarenta y cinco.

Hábil y escurridizo, Jake Kilrain capearía  golpes rudos de su adversario, pero en el round setenta y cinco, tras dos horas y dieciséis minutos de hostilidades, el entrenador de Jake arrojó la toalla. “Los golpes de Sullivan a las costillas de Kilrain se escuchaban desde más de cien metros” (Fleischer, op, cit.).

John L. Sullivan, sin duda, habría de recordar en esos momentos el duro camino recorrido… su primer combate profesional, en una barcaza anclada en Hudson,  los feroces golpes de James Dalton o el duelo frente a “El gigante de Michigan”, Jack Burns.  ¡Y qué decir de su batalla frente a Joe Goss!... Este Sullivan tiene la fuerza de la coz de una mula en sus puños. No pensaba que nadie pudiera ponerme así. No me gusta en absoluto boxear con él. (Nat Fleischer, op. Cit,p. 109-110). Por no extendernos en su noche de gloria, la conquista del entorchado mundial de manos de Paddy Ryan.


Pero aquel combate ante Kilrain, como ya se apuntó, marcaría el antes y el después del boxeo. Los nudillos desnudos cederían ante los vendajes y los guantes de cuero y crin. Su protagonista, John L. Sullivan, John el grande, una alegoría de la fuerza de una Norteamérica emergente, un púgil inolvidable al que se consideró durante años, y con bastante razón, un “Hércules invencible, símbolo de la grandeza de los Estados Unidos”. En palabras de Nat Fleischer, “John L. Sullivan, una institución americana, como el pastel de fresas, los juegos artificiales del Cuatro de julio y el velocípedo”.

Sí, del este al oeste, por toda la ciudad, se oye un solo grito: El puente de Londres se ha caído y… John L. Sullivan ha puesto k.o. a Jake Kilrain.


Gustavo Vidal .·.

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