lunes, 1 de agosto de 2016

A 29 años del Mike Tyson-Tony Tucker

Tony Tucker habría sido un campeón del mundo con un reinado relativamente cómodo de no haberse cruzado en su carrera una obra maestra de la fuerza bruta y la potencia sin límites herrada para el boxeo, según la textual definición del escritor Sergio Guadalupe (Historias del cuadrilátero, p. 262 T&B Editores, 2011).

Con una marca de 35-0-0 (30 antes del límite), Tucker había batido por K.O. a James Buster Douglas tres meses antes y se antojaba un rival muy duro para Iron Mike…


Y así fue. Durante doce asaltos, ambos púgiles intercambiaron cuero, sudor y sangre. Frisando los dos metros, Tucker disparó repetidas veces su jab e intentó doblar con la derecha en rudos contragolpes, muchos de los cuales mellaron la anatomía de Tyson.

De acuerdo con las computadoras, Tyson lanzó un total de 412 trallazos de los que impactaría 216, es decir un 52%.
Por su parte, Tony Tucker conectó 174 de 452, esto es un 39%.


Aunque aquella pelea unificada el campeonato mundial de los pesos pesados (Tucker era el monarca de la IBF), la impresión generalizada fue la de asistir al choque de dos campeones “High Quality”. Desgraciadamente, solo uno podía bajar del ensogado ciñendo la corona y, en aquella ocasión, la caprichosa diosa de la gloria señaló al terror de Brooklyn.

Me lesioné la mano derecha en el segundo asalto y no pude apenas usarla, Mike Tyson no es invencible, quiero la revancha porque con las dos manos útiles puedo vencerlo, declararía al término del duelo Tony Tucker.



Nunca sabremos si Tucker habría podido doblegar a Iron Mike pero sus casi dos metros, demoledores puños y depurada técnica seguramente influyeron en los patrocinadores de Tyson a la hora de privarnos de aquella sugestiva revancha, si bien no ayudó la actitud de Tucker quien no volvería a cruzar las cuerdas hasta dos años y cuatro meses después.

Tras aquel rudo combate se abrió un trienio de grandeza para el gladiador neoyorquino que lanzaría a posición horizontal a seis cualificados aspirantes: Tyrrel Biggs, Larry Holmes, Tony Tubbs, Michael Spinks, Frank Bruno y Carl Williams.
Hoy,  muchos sentimos el cosquilleo agridulce de la nostalgia al recordar aquellas cada vez más lejanas madrugadas españolas, cuando esperábamos con café y ansia las peleas de Iron Mike para exclamar: ¡No es justo, aguantamos hasta las cuatro en vela y lo ha ventilado en un asalto!


Sí, han transcurrido casi treinta años, pero  muchos evocamos la fuerza huracanada del guerrero del Bronx, la rabia desatada, el penduleo de aquel cuello musculoso y esos puños como voraces meteoritos… sin duda, no será el último artículo que dediquemos a este púgil porque si algo queda claro es que la historia nunca minorará la grandeza de aquel peleador charolado.

Artículo de Gustavo Vidal

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miércoles, 6 de julio de 2016

8 de julio de 1889… John L. Sullivan cierra la era del boxeo a puño desnudo




Vachel Lindsay, literato y apasionado del boxeo escribiría:

Cuando yo tenía nueve años, en 1889.
Oí el sonido de una trompeta que anunciaba
Una batalla
Cerca de Nueva Orleáns,
Sobre una pradera de esmeralda.
John L sullivan,
El muchacho fuerte
De Boston,
Luchó setenta y cinco rounds con Jake Kilrain…
Y ahora
Del este al oeste, por toda la ciudad
Se oye un solo grito:
El puente de Londres se ha caído
y… John L. Sullivan ha puesto k.o. a Jake Kilrain

(The Golden Whales of California, de Vachel Lindsay, Cía MacMillan, 1920)

Aquel duelo cerró un capítulo de la historia del noble arte … el último campeonato de los pesos pesados bajo el Reglamento de Boxeo de Londres. Se extinguía así la era de los “bare-knuckle” (nudillos desnudos) para inaugurar la dimensión de los guantes de cuero.



El pugilato, en aquellos tiempos, no gozaba de apoyo legal, de manera que  la noche del 7 de julio de 1889, un tren especial partió de Nueva Orleáns con Sullivan, Kilrain, acompañantes y seguidores, hacia un lugar “desconocido”. Finalmente, el ferrocarril se detendría en Richburg, Mississipí.

Allí, en un claro de bosque, a unos cuatrocientos metros del centro, se alzaba un ring de madera cuidadosamente serrada y pulida. Bajo un sol tórrido, poco después del mediodía del 8 de julio, el tañido de la campana juntó a ambos luchadores en el centro de la lona.
Un numeroso grupo de seguidores se arracimaba alrededor del cuadrilátero. Algunos incluso habían escalado a la copa de los árboles para gozar de una visión más amplia.

Kilrain ganaría el primer asalto. Sullivan, encorajinado, gritó a su rival: “De manera que quieres pelea, ¿eh?, Bien, Jake, voy a dejarte más que satisfecho”. Durante la primera hora, el combate fue equilibrado, con alternativas rabiosas, pero Sullivan comenzó a imponer su ley a partir del asalto cuarenta y cinco.

Hábil y escurridizo, Jake Kilrain capearía  golpes rudos de su adversario, pero en el round setenta y cinco, tras dos horas y dieciséis minutos de hostilidades, el entrenador de Jake arrojó la toalla. “Los golpes de Sullivan a las costillas de Kilrain se escuchaban desde más de cien metros” (Fleischer, op, cit.).

John L. Sullivan, sin duda, habría de recordar en esos momentos el duro camino recorrido… su primer combate profesional, en una barcaza anclada en Hudson,  los feroces golpes de James Dalton o el duelo frente a “El gigante de Michigan”, Jack Burns.  ¡Y qué decir de su batalla frente a Joe Goss!... Este Sullivan tiene la fuerza de la coz de una mula en sus puños. No pensaba que nadie pudiera ponerme así. No me gusta en absoluto boxear con él. (Nat Fleischer, op. Cit,p. 109-110). Por no extendernos en su noche de gloria, la conquista del entorchado mundial de manos de Paddy Ryan.


Pero aquel combate ante Kilrain, como ya se apuntó, marcaría el antes y el después del boxeo. Los nudillos desnudos cederían ante los vendajes y los guantes de cuero y crin. Su protagonista, John L. Sullivan, John el grande, una alegoría de la fuerza de una Norteamérica emergente, un púgil inolvidable al que se consideró durante años, y con bastante razón, un “Hércules invencible, símbolo de la grandeza de los Estados Unidos”. En palabras de Nat Fleischer, “John L. Sullivan, una institución americana, como el pastel de fresas, los juegos artificiales del Cuatro de julio y el velocípedo”.

Sí, del este al oeste, por toda la ciudad, se oye un solo grito: El puente de Londres se ha caído y… John L. Sullivan ha puesto k.o. a Jake Kilrain.


Gustavo Vidal .·.

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sábado, 2 de julio de 2016

4 de julio de 1919… Jack Dempsey, el martillador de Manassa, se proclama campeón del mundo



Ninguno de los viejos aficionados que atestaban  el recinto recordaba a un campeón recibiendo un castigo tan brutal.

El aspirante, un joven salvaje de cuello de toro, mandíbula pétrea y puños de pedernal hacía crepitar la lona con unos movimientos huracanados, rabiosos, jamás contemplados hasta entonces en el universo del boxeo.

En realidad, demostraba ser algo más que un boxeador. Por primera vez desde los tiempos de John L Sullivan, los aficionados intuían encontrarse no solo ante un nuevo campeón, sino frente a la erupción  de un ídolo nacional…

Dempsey, Jack Dempey en los carteles de las veladas; William Harrison Dempsey en su partida bautismal, fechada un 24 de junio de 1895 en Manassa, Colorado.

Desde entonces, su vida había sido una furiosa pelea por la existencia.  Había recorrido Estados Unidos derribando adversarios. No pocas veces en locales polvorientos, sin apenas un centavo para pagar los gastos de sórdidas y desconchadas posadas.

El hasta entonces campeón, Jess Willard, paseaba su gigantesca corpulencia de un metro noventa y ocho con más de ciento veinte kilos encima… ¡Y hablamos de principios del siglo XX! Tras conquistar el título ante Jack Johnson, había menguado su pasión por el boxeo. Reclinado en sus laureles y en enormes sacos de dólares, después de una defensa no muy brillante frente a Moran, este cow boy gigante dejó pasar algunos años antes de exponer el título ante el vendaval de Manassa.

La batalla se celebró al aire libre, el cuatro de julio de 1919 en Toledo, Ohio. Al poco de sonar la campana, una granizada de golpes cayó sobre el campeón hasta el punto de ser derribado siete veces durante el primer asalto. Reinaba tal explosión de ensordecedores gritos que nadie, salvo el cronometrador Warren Barbour, futuro senador por New Jersey, se percató del sonido de la campana final del round. Mientras, el árbitro desgranaba la cuenta de diez y levantaba el brazo de Jack Dempsey.


Hubo ser Barbour quien condujera de nuevo al ring a un confundido Dempsey que ya se dirigía como campeón al vestuario.

Pero aquello no supuso más que la prolongación de la agonía de Jess Willard y también, justo es destacarlo, una heroica demostración de entereza.

De hecho, el ataque de Dempsey había sido tan intenso que en el tercer asalto presentaba alarmantes  signos de fatiga…  ¡El martillador de Manassa se había, literalmente, agotado de tanto golpear a su rival!

Entonces, con un coraje fuera de lo común, Willard atacó a Dempsey y aunque cueste creerlo el combate pareció dar un vuelco. Pero cuando el gong resonó, ambos púgiles debieron sentirlo como una música del cielo. El cow boy gigante se derrumbó sobre la silla. Estaba hecho pulpa y ni tan siquiera podía sostener la cabeza. Con una determinación rayana en lo sobrenatural, esperó que el minuto de tregua pudiera devolverle las fuerzas.


Sin embargo, segundos antes del tañido de la campana comprendió que resultaba absurdo.

--Ike, es imposible, no puedo seguir
--Okay, Jess

Y Ike O´Neil, entrenador de Willard, arrojó la toalla en mitad de la lona. Jack Dempsey se proclamaba nuevo campeón del mundo pero, mucho más importante, acababa de nacer una estrella, un luchador como no se había contemplado nunca antes, un mito… pero eso, si me lo permiten, es otra historia de la que hablaremos, y no poco, en otras ocasiones…

Gustavo Vidal .·.


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martes, 28 de junio de 2016

29 de junio de 1933...Primo Carnera noquea a Jack Sharkey



Aunque el noble arte, y muy especialmente la categoría del peso pesado, ha generado una peculiar amalgama de figuras, ninguna resulta más extraña que la del gigante italiano Primo Carnera.

Nacido en Sequols el 25 de octubre de 1907, pronto abandonaría el hogar paterno y probaría fortuna como forzudo en un circo.
Corría el año de 1928 cuando un veterano peso pesado francés, Paul Tournée, contempló atónito al joven Carnera cargando un piano sobre su espalda. La contextura y fuerza del joven encendieron en Tournée la idea de transformarlo en boxeador.

Pacífico, bonachón y crédulo, este coloso de dos metros cinco centímetros y ciento siete kilos adolecía del temperamento e instinto agresivo, argamasa imprescindible en la forja de un púgil.

No obstante lo anterior, Carnero desarrolló una agilidad sorprendente para sus proporciones, un aceptable juego de piernas y un demoledor estilo en la lucha cuerpo a cuerpo.
Así, en septiembre de ese mismo año, Carnera atravesaría el ensogado. Aunque verde, lento y torpe, su potencia colosal acabó doblegando a su adversario.

Tras una larga serie de triunfos, la mayoría por K.O., habría de enfrentarse finalmente al campeón del mundo, Jack Sharkey. Hill Muldoon, Presidente de la Comisión Atlética del Estado de Nueva York, declararía: Carnera no solo liquidará a Sharkey, sino que es demasiado fuerte y demasiado grande para los propios pesos pesados, en el futuro habrá que crear una supercategoría y permitir a Primo Carnera enfrentarse solamente con contrincantes que puedan acercarse a sus propias y gigantescas proporciones”.


Aunque la idea de Muldoon no cuajó, justo es reconocer su don profético, pues uno de los más candentes cuestiones hoy reside en la necesidad de una categoría de superpesados para púgiles como los Klitchko, Lewis, Fury, Valuev…

Finalmente, la noche del 29 de junio de 1933, Carnera y Sharkey congregaron más de cuarenta mil gargantas vociferantes en el Garden Bowl de Long Island City. Gran parte de la afición aún consideraba a Carnera como un mamut y un bufón. Sin duda el criterio cambió en el sexto asalto… un gancho de derecho a la carótida lanzó a Sharkey contra la lona. Cuando el árbitro acabó de desgranar la cuenta, el ya ex campeón continuaba inmóvil.


Aquella misma noche, multitud de partidarios de Sharkey protestaron. Afirmaban que Carnera tenía algo escondido en los guantes, pues no podían aceptar un K.O. tan rotundo. Y no les faltaba razón, Carnera llevaba algo en los guantes: dos puños demoledores.

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domingo, 26 de junio de 2016

A 102 años del Jack Jonson-Frank Moran

El  27 de junio de 1914, Jack Johnson defendía su título ante Frank Moran.

La pelea, en retazos desvaídos, puede disfrutarse en la red. Nunca podrá agradecerse bastante a quienes han conservado aquellas peleas añejas como el buen vino…
 https://www.youtube.com/watch?v=LSFnFS1snmk

Johnson, el altanero y desafiante dios de charol había nacido en Galveston, Texas, el 31 de marzo de 1878.  Afrontaba la pelea con un récord de 40-5-8 y la corona de campeón del mundo ceñida en sus sienes.
Por su parte, Moran aspiraba al cetro con una marca de 21-6-2 peleas.


Johnson que amaba el boxeo, pero todavía más la vida, nunca arriesgaba en el ring. Su metro ochenta y nueve y sus noventa y cuatro kilos se desplazaban armoniosos por la  lona cumpliendo la máxima del boxeo: pegar y que no te peguen.

Como bien señalaba Nat Fleischer,  El gigante de Galveston se contentaba, las más de las veces, con ganar por puntos y el público, en general, llegó a creer que carecía de poder en los puños…¡pero los adversarios no pensaban lo mismo! (Los colosos del boxeo, N. Fleischer, Edit. Hispano Europea, 1954, pág 184)

Las peleas con Moran, Spoul y Jim Johnson fueron disputadas en París. Jack Johnson se había exiliado voluntariamente de su tierra a causa de haber sido condenado a un año de cárcel por violar la “Mann Act”. El público francés, por tanto, pudo en base a esa carambola del destino, disfrutar del boxeo de una estrella. Cierto que el gran Johnson ya había emprendido la cuesta abajo, el inevitable declive de la juventud que se apaga, pero aun así los fogonazos de su calidad alumbran en el recuerdo y en cortas filmaciones de añoso celuloide.

Así,  Johnson golpearía  a Moran lo justo para ganar el combate. Veinte asaltos que, en palabras de Mike Tyson, desplegaban un estilo con el que yo no habría ganado un chavo, ¿por qué? Pues porque te podías quedar dormido viéndole pelear.

Y algo de razón le asiste al coriáceo Iron Mike,  pero quienes no se acercan al boxeo con el morbo del dolor y la sangre, quienes degustan el espectáculo de dos atletas compitiendo según unas reglas limpias y nobles, quienes aprecian el arte del paso lateral, el juego de piernas, el bascular del tronco y la carga armoniosa del peso corporal en el restallar de látigo de los buenos golpes, esos sí que podrán disfrutar del boxeo de Jack Jonson,  quien en palabras del maestro Nat Fleischer:

Después de dedicar muchos años al estudio de la historia de los pesos pesados, no vacilo ahora en considerar a Jack Johnson como uno de los más grandes boxeadores de todos los tiempos. Poseía insuperables cualidades y dominaba todos los resortes del ring. Fuerte  y alto, estaba dotado de  una perfecta coordinación en sus movimientos. En todas sus posiciones y golpes había alcanzado la más alta cima (Op. Cit, pág 191))

Potencia, armonía, coordinación, inteligencia e insolente superioridad. Así fue Jack Jonhson, el gigante de Galveston, un boxeador sencillamente inolvidable.


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